Las auroras boreales son algo que no olvidas jamás, es dejarse llevar por la magia. Son preciosas y todos tendríamos que verlo aunque fuera una vez en la vida.
Es habitual contraponer esas dos visiones del mundo: la del hemisferio derecho, analítico, anclado a la razón, frente al cerebro izquierdo, imaginativo y creador.
Al ver esas luces entre verdes y azules, enrojeciéndose o amarilleando a veces, desapareciendo o cubriendo de repente todo el cielo, pienso que estamos viendo moléculas de nuestra atmósfera excitadas por partículas que habían viajado desde el Sol, de donde habían salido en una convulsión de gas a millones de grados. Ahora entendemos mejor la dinámica compleja de estas tormentas geomagnéticas, y se pueden predecir sus efectos, no solo en la atmósfera, sino sobre la creciente maquinaria que tenemos más allá de la protección magnética, los satélites artificiales. Ese tiempo espacial que nos muestra, también, cómo estas fechas de máximo actividad solar serán los más propicios para disfrutar de las auroras boreales.
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