16 de febrero de 2012

Rasputín: vida y muerte


Gregori Efimovich (Rasputín) nació en Siberia Occidental sobre 1872. Nada se conocería de él a no ser porque creyéndose con poderes especiales logró curar ("aliviar los síntomas") al zarevich Alexis de la hemofilia, cosa que no había logrado ninguno de los médicos llegados al palacio de San Petersburgo. A partir de entonces Rasputín (como sería conocido) se convertiría en el protegido de la emperatriz Alexandra.
Rasputín llegó a tener tanto poder dentro del palacio de los zares que prácticamente no había decisión que no pasase por su juicio. La aristocracia rusa no veía con buenos ojos la presencia de aquel hijo de campesinos analfabetos en asuntos gubernamentales. Sin embargo era tal la capacidad de convicción, y el terror que su firmeza ejercía sobre todo, que nada pudo detener su escalada dentro del poder del gobierno del zar Nicolás II.

Los biógrafos no dejan de pintarlo como un verdadero monstruo diabólico, capaz de ejercer una dictadura feroz, completamente despiadado y concentrado en romper la barrera de cuanto pecado capital hubiera.
Desde grandes orgías o desde la toma de decisiones de gobierno, todos sus actos eran revestidos de un halo místico que obturaba cualquier oposición. Su mirada penetrante, su estampa la de guerrero bravo, su rostro anguloso y su barba oscura, hacia imaginar una fuerza extraña detrás de aquel simple hombre.
Existían sectores de la aristocracia cuyo mayor deseo era la desaparición de Rasputín. Algunos lo habían intentado con tal suerte que muchos llegaron a pensar que aquel ser era inmortal.


El 28 de diciembre de 1916 el príncipe Yusupov y un grupo de hombres habían preparado lo que sería la trampa para cazar a la bestia. En el sótano del palacio de Yusupov se disponía la mismísima tentación para un hombre de las características de Rasputín. El príncipe Yusupov y Rasputín sentados en aquel sótano lleno de manjares, con una decoración cuidada y con un hogar de leños crepitantes.Los amigos del príncipe habían dispuesto todo al detalle y esperaban en el piso de arriba el desenlace ansiado. 
Tanto la bebida como los bocadillos tenían la cantidad de cianuro necesaria como para matar a un batallón. Raputín y Yusupov hablaron durante bastante tiempo. Rasputín comentando sus triunfos respecto a todos los intentos de asesinato que había sufrido; el príncipe, tratando de equilibrar sus nervios, pues él estaba justo en eso de atentar contra la vida de su interlocutor en aquel momento, y parecía que aquel hombre sospechaba sus intenciones.
El tiempo corría y el hombre de confianza de los zares no probaba bocado de los tentadores dulces espolvoreados con veneno, ni bebía nada de todo lo que Yusupov le ofrecía.
Cuando los nervios de Yusupov estaban por quebrarse, Rasputín aceptó una copa de vino de Crimea y comenzó a devorar los dulces mientras dialogaba en un ambiente más relajado.
Yusupov, no podía creer lo que estaba viendo, el hombre aquel había ingerido la cantidad de veneno suficiente como para voltear a un regimiento. Más tarde el invitado pidió beber Madera y se rehusó a que le cambiasen el vaso. De nada le sirvió, el Madera también estaba envenenado. 
Debilitado por el veneno, Rasputín ya parecía reconocer lo que estaba pasando. Yusupov tomó un arma y pidiendo al cielo fuerzas para terminar con la ejecución le disparó al corazón. Aquel terror humano caía sobre la alfombra  dispuesta junto al hogar. Al oír el estampido, los hombres de arriba, Purichkevich, el doctor Sukhotin y el gran conde Demetri Pavlovich, corrieron escaleras abajo. En el caos de la marcha chocaron con el príncipe que no salía de su desesperación y torpemente dejaron sin luz el sótano. Una vez restablecido el orden vieron al hombre y lo examinaron para corroborar su muerte. La bala le había atravesado el corazón. Ahora restaba la segunda fase del plan: deshacerse del cuerpo.
Subieron para ultimar los detalles del traslado hasta la isla Petrovski. Sin embargo había temor; no podían creer que habían cumplido con su objetivo y bajaron a ver si todo estaba bien. Yusupov se acercó al cuerpo y lo sacudió para verificar su estado.Algunos dicen que aún pudo levantarse. Eran cerca de las cinco de la madrugada de aquel 29 de diciembre de 1916 y Rasputín, ahora sí, había muerto. Aquellos hombres convencidos de que en aquel acto habían salvado a Rusia no podrían olvidar jamás lo sucedido entonces. 


 El príncipe Yusupov se estableció en París, escribió algunos libros y realizó  inversiones que le permitieron vivir holgadamente. Con el fantasma de aquella noche dando vueltas para siempre en su memoria, Félix Yusupov murió en Francia en 1967. Tenía ochenta años y, aquel joven de 29 años que había dado muerte a uno de los más celebres y temidos personajes de la Rusia zarista, todavía recordaba cada detalle de lo que había ocurrido aquella noche de diciembre.


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